[En recuerdo de los fusilados en Villarquemado (Teruel)
en el verano de 1936]
Olvido
es la muerte misma, un polvoriento desierto
doloroso
es el callar, soterrar sueños de vida.
Sólo
los muertos desdeñan el recuerdo de los muertos,
no
hay canto que se silencie si el silencio no calla, grita.
En el
mutismo vivieron, tantos años de abandono
para
esconder la infamia del cruel asesinato,
para
enterrar a los vivos, para cerrarles los labios,
para
que nadie supiera la indignidad de sus actos.
No
hubo causa ni razón para el crimen sanguinario
en
camiones escondidos de sus casas los sacaron
sintieron rondar las balas, ni los ojos les taparon
ya no volvieron a ver su pueblo, Villarquemado.
Sangre
vencida sin tumba, alientos en sementera
en
los trigales quedaron sus cuerpos, su juventud
padres,
madres, hermanos, luchadores de esta tierra
por
la libertad, sus ideas, la pasión como actitud.
No
fueron cincuenta y dos, ni de ellos doce mujeres;
no
fue Nicolás, ni Cruzado, contra las tapias cosidos.
Se
masacró a todo un pueblo, desde el Jiloca a Teruel,
alcaldes,
sindicalistas, labriegos, ferroviarios.
Su
recuerdo tiende puentes para seguir el sendero,
de
aquella sangre inocente germinaron mil semillas.
Si
somos libres ahora mucho a ellos les debemos,
espigas
mirando al cielo, que no hincan las rodillas.
Quiero
la paz desplegando banderas de la memoria
que
la verdad toque el fondo de la ira tenebrosa,
seguir
reclamando un mundo donde la luz de la historia
nos
llene de dignidad, la que siempre mantuvieron
tantas
personas amadas que en el recuerdo tenemos
y en
algún lugar reposan.