He asistido al último Consejo Escolar del colegio público en
el que participo en calidad de representante del Ayuntamiento (en mi caso, del
grupo municipal socialista); un consejo en el que se aprobaba la memoria del
curso y se planificaba el siguiente. Un consejo en el que ha flotado, como en
los anteriores, a pesar del buen talante de todos sus integrantes, docentes o
no, la sensación de impotencia frente a la incertidumbre de lo que puede
deparar a sus escolares el año próximo.
Se ha hablado de recortes, pero también de los impagos de la
Administración (más del 100% de su presupuesto), de la demora en la publicación
de las convocatorias de becas de comedor, de transporte, de ayudas para libros…
De la falta de directrices para el próximo curso, sobre cómo organizar a los
alumnos que vengan al colegio con sus fiambreras porque no les ha llegado su
ayuda, sobre el tan traído y manoseado plan plurilingüe… La sensación de que el
sistema escolar valenciano está en manos de personas que, o actúan de forma coordinada
y malévola para deteriorarlo, de acuerdo con unas directrices políticas
perfectamente diseñadas para favorecer al sector ideológicamente más acorde con
sus inclinaciones electorales o, simplemente, son de una incompetencia
descarada. O las dos, me apuntaba una madre.
Un curso escolar convulso que ha hecho mella en el ánimo del
profesorado (recortes en salarios, escasez de medios…) y en el de los padres y
las madres. Y, pese a ello, allí estábamos, para dar trámite a los
requerimientos burocráticos del sistema. Porque creemos en la escuela como
servicio público, porque nos interesa la educación de nuestros hijos e hijas.
Pero antes de escribir estas líneas otra noticia me ha
dejado aún más deprimido: la sentencia del Tribunal Superior de Justicia valenciano
sobre la ilegalidad de las obras del TRAM en su paso por el Paseo Ribalta.
Después de tantas manifestaciones de vecinos, después de tantas denuncias de la
oposición política, después de las innumerables voces de expertos que apuntaban
este desacato urbanístico… Y después de tanta foto inaugurando un paseo
perfectamente asfaltado y sin trolebús, que rompe en dos una de las mejores
singularidades de nuestro patrimonio, después de haberse gastado el dinero de
todos a manos llenas…, ahora, o ya no habrá definitivamente trolebús, o, como
en el caso del Plan General, harán lo imposible para pasarse la justicia por el
forro.
No sé qué harán. Pero lo que sí sé es que el Paseo Ribalta
definitivamente va quedar tal cual… Y no pasará nada. ¿El trolebús quizá?
Se me asemeja, salvando las distancias —económicas, claro—,
con el aeropuerto sin aviones. Pero en este caso todo, salvo los intereses de
las empresas adjudicatarias, han sido perjuicios: para los comercios, para los
vecinos, para los conductores…
Tengo la certeza de que a cualquiera que pone en
entredicho estas obras (la del TRAM, la del aeropuerto) se nos tilda de
antiguos, de no estar con el progreso, de antipatriotas, incluso. He percibido
cometarios demonizadores. Pero cada vez que paso por la plaza Cardona Vives o
por la carretera de la Vilanova me invade la sensación de que estamos
sometidos, sin posibilidad de reacción alguna, a decisiones de políticos y
gestores cuya incompetencia es insondable. Porque si, definitivamente, el
aeropuerto no cuaja; si pasados los años el trolebús del dichoso TRAM no mejora
sensiblemente la movilidad de los y las castellonenses, tendrán otra vez
razones suficientes para poner a nuestra ciudad en el libro guinness de los
desafueros urbanos. Con el dinero de todos, no lo olviden.