En la pasada campaña electoral el Partido Socialista intentó
– con escaso éxito, sin duda, dados los menguados resultados obtenidos –
centrar el debate en las repercusiones sociales que conlleva la puesta en
práctica del modelo que se impone desde los planteamientos, políticas y
proyectos neoliberales y conservadores. Un modelo cuya consecuencia inmediata y
a medio plazo es un evidente deterioro de los servicios públicos que conforman
el llamado Estado del Bienestar que tanto nos ha costado conseguir.
Una mayoría aplastante de la ciudadanía ha optado por apoyar
las políticas que ponen todo el acento en la contención del déficit, y con él
el del gasto público, aunque para ello se recorten servicios básicos
esenciales. Quizá no sea muy consciente esa mayoría ciudadana que es muy
probable que la derecha española utilice esa contención del déficit para poner
en práctica sus políticas de recorte y menoscabo de lo público en beneficio del
negocio privado. De ello sabemos bastante en la Comunidad Valenciana, laboratorio
de sus ideas.
Sea como sea, creo sinceramente – aunque respetando
democráticamente la decisión mayoritaria de las urnas – que se equivocan, que
están jugando con fuego, y que las clases populares (no me refiero a las del
PP) van a notar en sus carnes el alcance y significado de su opción. Tiempo les
ha faltado a los catalanes para apreciar un atisbo de a lo que me refiero.
Me refiero a lo que han significado para muchos, también
para mí, como profesional de la educación pública y, sobre todo, como receptor
de servicios públicos de atención a la dependencia, estos pilares fundamentales
de lo que constituye ese Estado social al que alude nuestra Constitución.
Mis padres han pasado los últimos años de sus vidas
en la Residencia pública de la 3ª Edad de Segorbe, su pueblo y el
mío. Ambos ingresaron a la vez en el año 2004, después de un largo periodo de
espera. Dada su situación personal este hecho fue tan importante para sus vidas
y la de mi familia que no encuentro palabras para valorarlo suficientemente.
Han sido siete años durante los cuales he podido apreciar lo
que realmente significa este servicio público, la atención dispensada, la
profesionalidad del personal, la calidad de sus prestaciones. Durante este
tiempo también he visto cómo la situación del centro, que pasó de tener una
gestión pública directa a la concertada con una empresa privada, no ha estado
exenta de problemas. El más serio de todos, debido a la escasez de plazas
públicas en la comarca, la acumulación de ancianos y ancianas con grados de
dependencia física y mental cada vez mayor, con el incremento paulatino de
necesidades de todo tipo, organizativas, económicas, de personal especializado,
de materiales…, que ello conlleva.
Y en los últimos meses, el conflicto larvado que supone la falta
de pago de la Generalitat Valenciana a la empresa gestora, con
la inseguridad, incluso, del pago de los sueldos al personal.
Sin embargo, todo ello se está supliendo con una gran
generosidad y una gran responsabilidad de toda la plantilla, desde el director
al último auxiliar, que debo justamente reconocer, ahora que, tras el
fallecimiento de mi madre, ha terminado mi relación directa con el centro.
Saben unir al ejercicio profesional la estrecha relación humana que requiere
este servicio.
En estos momentos difíciles es cuando más necesitan el
apoyo de los usuarios. El mío, con todo mi afecto, lo tienen asegurado.
Quisiera que mi agradecimiento quedara esculpido en el dintel de su entrada.