domingo, 30 de noviembre de 2014

A las doce, en casa

«¡Buenas noches, mis queridos ángeles! ¡Buenas noches, habitantes de un lugar llamado mundo!
Así empezó su programa, como hacía diariamente, al filo de la medianoche, Gabriela Garzón, la conocida locutora de una emisora local, RadiAcción.
«En esta velada especial esperamos vuestras cálidas y solidarias llamadas, vuestras palabras reconfortantes, vuestras vitaminas de afecto.»
El programa que dirigía, escribía y presentaba, un programa radiofónico hecho a su medida, por su singular personalidad, se llamaba ‘A las doce, en casa’.
«Es especial, digo, porque en esta fría noche del veinticuatro de diciembre, en la que medio mundo celebra la Nochebuena, nuestra razón de ser como radio solidaria se tiene que escribir con mayúsculas. ¡So – li – da – ri – dad!  ¡Es lo que os pido esta noche más que ninguna otra!»
Lo decía así, transmitiendo entusiasmo, con voz potente y transparente; nada de cadencias melifluas ni tonos lastimeros. Solidaridad, ésa era la clave de ‘A las doce, en casa’, dedicado a encontrar cobijo a todos aquellos que no lo tenían, bien porque la pobreza los había echado a la calle o, sobre todo, por la ola de desahucios que estaba castigando a la gente. En esta ciudad, más que en otras, las tramas especulativas de dos grandes empresas de la construcción ─Romana Inmo y Herocons─, unidas a banqueros sin escrúpulos, con el silencio cómplice de las autoridades locales y sus planes urbanísticos, estaban llevando a muchas personas, la mayoría ancianos, pero también a jóvenes familias a entregar, por la fuerza de la ley y de la policía, a veces con patada en la puerta, sus viviendas. Una ley injusta que se aplicaba con mucha más celeridad que cuando trataba a los poderosos.
‘A las doce, en casa’, como en La Cenicienta, aguardaba la hora mágica de la medianoche para sacar a los radioyentes de sus particulares somnolencias y devolverlos a la cruda realidad a través de las ondas. El equipo de investigación del programa contactaba con los afectados y sus testimonios eran recogidos en el programa de la mano de su presentadora, Gabriela, la cual, a su vez, daba cuenta de los que habían conseguido, temporalmente al menos, un techo ofrecido por los propios oyentes. Así siguió expresándose:
«Tenemos que felicitar, mientras espero la primera de vuestras llamadas, ya sabéis, al novecientos, treinta, treinta, diez, tenemos que felicitar, decía, a José Carpo y a su mujer Mireya, el matrimonio que perdió su casa hace unos días. Han estado vagando por la calle, sin alejarse de lo que hasta hace poco era su hogar, durmiendo no se sabe dónde. Expusimos su caso anteayer y, gracias a vuestra solidaridad, al buen corazón de un oyente anónimo, hoy mismo comparten su piso, reducido, pero suficiente. No pedían más que un techo, porque Mireya está a punto de parir, hasta que se resolviese el recurso. No pedían más que un techo, y ya lo tienen…  A ver, a ver: damos paso a la primera llamada. Buenas noches, habitante. ¿Quieres decir tu nombre?»
Y continuó el programa como todas las noches.

Estancias

1


Recuerdo el agrio silencio de una página
en blanco
la palabra incrustada en boca torcida y prieta
preñada de hogueras yermas calcinadas

Recuerdo la losa encallecida estancia hogar
por tantos pasos sin duelo ni consuelo
hacia el altar fetiche lágrimas furtivas
rastro de arena gris fugas y mentiras

Recuerdo el pecho que         reventó       el grito
en la oscura soledad              temblor      de insecto

buscando enloquecido la inútil           luz cegadora

                                                                    y fría
de un solitario fanal barrio dormido

Recuerdo en fin la lejana queja de un bandoneón
                  r a s   g a   d o

Sembró de afectos la indolente albura
y desanduvo el trayecto de la farsa  y el disfraz
arrancó su pena en un sutil verso
aire voz y alma todo uno



2


Un breve gesto y apago la luz. Que nada inquiete los párpados, que nada
se cuele en mis pupilas. No más imágenes. Imágenes de verdad troceada, deformada, multiplicada:
no más imágenes.

Con los ojos cerrados, estático, oquedad interferida, definiendo mi fondo costra
en la oscuridad absoluta. Negro sobre negro. Sólo así, murmurando conmigo mismo
en primera persona, en última persona, en singular, en negro
es cuando veo, me veo, veo el comienzo, y sé dónde estoy y lo que soy. No necesito imaginar disparates, recordar estigmas, razonar delirios.
En la hoja de papel negro está escrito todo lo que es, lo que fue y lo que nunca fue. En negro. Muros negros de esta hora del día después, ausencia de soplo, ausencia de aire, el momento de abatir la luz de antaño. En negro de siglos que exige el ojo centelleado.

Ahora sí veo los corderos de la noche, balando con las manos vacías camino de la tumba. Sin confundirse, sombras paralelas sin flores ni responsos. En negro, decididos a no regresar, a seguir en línea recta con los ojos cerrados.