Navego
solitario extraviado balbuceante
por un mar de papel arrugado
hacia
la boca desdentada
escupidora
de nieblas petrificadas.
El
mar, en estas horas baldías, se hace carne
cuando
mi animal interior ralentiza la palabra
y
la boca despliega tristes artificios
ante
un espejo copulador.
Este
mar reseco ya no es mar
esta
boca cosida ya no es boca.
El
jadeo se abandona en la calle
transitada
por maniquíes ciegos
trajeados
con Calvin Klein.
La
ciudad se destila en ámbar
cloacas
de invasión
órganos
desparramados programados
con
indecisiones por dedos señalando el signo.
Sin
mar sin navegantes
donde
el metal se inyecta en vena
cada tarde de domingo.
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