Artículo de opinión publicado en el Levante (4-5-2013)
Las acciones que protagonizan a lo largo y ancho del territorio hispano
los colectivos afectados por los
recortes en los servicios públicos educativos y sanitarios son tildadas de
antidemocráticas, manipuladas por grupos radicales. Aseguran que están
‘politizadas’ y ‘sindicalizadas’, dando a estos términos un claro sentido
peyorativo. Acciones, declaran, en todo caso, de una minoría que expresa su
repulsa ante el descalabro que sufre el país, pero que son eso, una minoría, en
contraposición de una inmensa mayoría silenciosa y recluida que, como calla,
otorga.
Ante tales actos de presión social sólo les cabe como respuesta, en el
ejercicio de su responsabilidad de gobierno, una contundente y en demasiadas
ocasiones desproporcionada represión policial, acorde con el abrupto lenguaje
con el que las desacreditan.
Y lo hacen amparados en la legalidad que les ha otorgado las urnas,
sacando pecho incluso, creyéndose democráticamente legitimados. ¿Incontinencia
verbal, irreflexiva? No: perversidad del lenguaje, vehículo expresivo de su genuina
forma de entender y hacer perverso el sistema en que se amparan.
La calificación de golpe de Estado nos trae el recuerdo del último
padecido, el de Tejero. Golpe de Estado, dicen, para subvertir por medios
ilícitos las políticas emanadas de la mayoría absoluta gobernante. ¿Se trata
acaso de una usurpación violenta del gobierno o de alguno de los poderes del
mismo? ¿Se han transformado las metralletas en pancartas, los tricornios en
camisetas con eslóganes, el ‘todo el
mundo al suelo’ en ‘manos arriba, esto es un atraco’, mientras reciben los
golpes de la policía y los pelotazos?
Lo que verdaderamente está soportando nuestra maltrecha democracia, a
un paso del KO técnico, son los golpes al
Estado de todos ellos. ¿Qué si no es la fraudulenta manera de financiar las
campañas electorales, el engaño de sus programas y promesas, la mentira alevosa
y sistemática, el enriquecimiento escandaloso, la corrupción masiva, el
rampante ordeno y mando vulnerando la legalidad en multitud de procesos
administrativos, el despilfarro absurdo de los dineros públicos, el menosprecio
a los dictámenes de tribunales constitucionales y consejos de estado… y tantos
otros directos a la mandíbula?
Pocas veces nuestro estado democrático ha sido tan brutalmente
zarandeado. Y mientras el corifeo lanza sus perversiones lingüísticas el
gobernante mayor de esta lancha a la deriva no dice ni sí, ni no, sino todo lo
contrario, hace mutis por el foro y se envuelve entre plácidas volutas de humo.
¿Quiénes son los auténticos golpistas?