Como
en toda manifestación de masas, en las fiestas populares de una ciudad se
exteriorizan comportamientos que permiten valorar determinadas características
de la población, aquellas que más tienen que ver con el sentido de ciudadanía,
de implicación en lo colectivo y en sus valores cívicos. Con la participación
en la fiesta, por otra parte, mucho más que en otras actividades humanas,
afloran comportamientos individuales que, al estar desprovistos de
convencionalismos, dicen mucho de la calidad de las personas, de sus actitudes
más arraigadas. En resumen: las fiestas son un buen termómetro para medir el
grado de educación cívica.
Acabamos de celebrar nuestras fiestas fundacionales, las de la Magdalena 2010,
y bien podemos hacer un escueto balance, en seis pinceladas:
- Como siempre, y a pesar del frío reinante, es de destacar el alto grado de
participación en casi todos los actos. La gente asiste en masa a todo lo que le
echen, sabe valorar la calidad cuando la tiene y es indulgente cuando no la
tiene.
- La crisis se ha notado más en los presupuestos municipales de la programación
que en los bolsillos particulares. Se han hecho visibles las restricciones,
pero el consumo individual ha estado a la altura.
- Se constata cada vez más la rebelión ciudadana contra los abusos de los
negocios montados con la fiesta. El botellón en el mesón del vino ha sido
generalizado, protagonizado por el lambrusco a 1 euro del super frente a los 8
del mostrador.
- Nos las han declarado de interés turístico internacional, sin saber muy bien
qué repercusiones tendrá en las fiestas futuras. No es probable que sirvan para
eliminar tantos componentes casposos de nuestras fiestas, o si será para que
vengan más brasileñas o algunos japoneses.
- Una vez más, no han estado exentas de controversia política. El año pasado
fueron los trajes de Camps y éste la censura al periodismo díscolo con el que
manda, al negarle su presencia habitual a la cadena de radio con más oyentes de
la ciudad.
- Las fiestas, este año con mayor gravedad, han venido asociadas a la suciedad
y a comportamientos inaceptables de muchos energúmenos, no sólo de jóvenes,
pero sobre todo de muchos jóvenes, que no les importa convivir con la
porquería. Más bien hacen que ella, la basura, la vomitona y la meada sean
parte indisociable de la fiesta. No es un problema – como afirman algunos - de
limpieza, sino de erradicar esos comportamientos que dicen muy poco a favor de
nuestra sociedad. Ojalá que ahora, que somos internacionales, nos entre la
cordura, aunque no sea más que para tapar nuestras vergüenzas a los ojos del mundo
mundial.