(Artículo
publicado en 'Levante de Castellón' el 16-09-11)
La sociedad valenciana en su conjunto, sus máximos representantes
institucionales, el empresariado y todos los partidos políticos valencianos
estamos, en estos tiempos inciertos, apostando fuerte por que se haga realidad
en un futuro no lejano el Corredor Mediterráneo, un elemento estratégico de
desarrollo de capital importancia.
Por fin parece que todos estamos remando en la misma dirección, y todo son
parabienes – sin duda merecidos – a las acciones que en este sentido se
realizan desde el Palau de la Generalitat. Todas son necesarias, también las
que se promueven desde otras comunidades del arco mediterráneo, habida cuenta
de las dificultades que el empeño conlleva, financieras y políticas, para que
la Unión Europea haga suyo el proyecto y permita su ejecución prioritaria.
Uno de estos escollos, quizá el más importante, tiene una fecha de origen: el
año 2003, cuando el gobierno de Aznar, con Rajoy como vicepresidente, movió
todos los resortes para que la Unión Europea aceptara el Eje Central como
prioritario, borrando del mapa los periféricos. España era, según el ideario
del PP, el centro y alrededores y, por supuesto, nada de ejes que olieran a
pancatalanismo. A ello dedicaron todos sus esfuerzos, con la comisaria europea
Loyola de Palacio a la cabeza. Y lo lograron.
En
aquel verano del 2003 en Les Platjetes de Orpesa se cocían los grandes temas
políticos del momento, entre partidas de pádel, cenas a la luz de la luna
mediterránea y corrillos donde se reían las gracias y chistes de unos y otros.
Allí también acudían – cómo no – Carlos y Alberto Fabra, y el empresariado de
la provincia, pero a nadie se le oyó una palabra sobre la importancia para
nuestro futuro de este corredor litoral. ¡Cómo atreverse! A pesar de que sus
tácticas populistas les han llevado a utilizar el victimismo y la confrontación
territorial como arma política, les pudo la sumisión, porque a lo mejor en esos
momentos sus intereses eran más prosaicos. No se les ocurrió, por supuesto,
montar una cumbre de alcaldes ni aprovechar algún acto multitudinario tan al
uso para reclamarlo con sólidos argumentos. Se perdió la gran oportunidad,
porque era el momento. Y se han perdido irremediablemente ocho años.
Afortunadamente, desde el comienzo de su andadura el nuevo gobierno de Zapatero
fue sensible a este planteamiento que superaba la vieja tradición centralista y
apostó por el nuevo corredor que, junto con el cantábrico, debía garantizar un
correcto mallado de la red. Pero había que compatibilizarlo con el recién
aprobado por las autoridades europeas. Difícil papeleta, que ha necesitado de una
dura y sostenida gestión, pero estamos a punto de lograrlo. Una gestión que ya
lleva invertidos 8.400 millones de euros en estos últimos siete años, y que ha
supuesto la inversión de 1.684 millones en el corredor ferroviario. El propio
ministro Blanco ya presentó hace unos meses en Barcelona el plan de actuación.
El proceso de revisión del RTE-T (Redes Transeuropeas de Transporte) cuenta con
un proyecto integral, con plazos y presupuestos, para que el Corredor
Mediterráneo esté plenamente operativo en el 2020.
Sin embargo, nuevos nubarrones se ciernen sobre el proyecto, tan negros que
pueden hacerlo fracasar una vez más. Rajoy vuelve a sus planteamientos de 2003
y calla ante el boicot que están impulsando los presidentes autonómicos del
centro: Cospedal, Aguirre, Rudí, Monago… todos del PP. No se decanta, pues no
en balde estamos en periodo preelectoral.
Esta tensión interna es la que debe superar Alberto Fabra y en sus manos está
demostrar que ha cambiado su silencio y conformismo del pasado. Sin aspavientos
ni discursos hueros al estilo de su antecesor; más bien con firme carácter
reivindicativo, sólidos argumentos y ejercicio de liderazgo.
No lo tiene fácil, hay que reconocerlo, pues su primer encuentro con Rajoy ha
sido baldío. Necesita reforzar su capacidad de actuación, que debe demostrar,
sobre todo, ante sus compañeros de partido. No caben, como decía el propio jefe
del Consell en la cumbre del mes pasado, “dudas ni lenguajes poco claros”, sino
la “seguridad y certeza de que lo vayamos construyendo en el futuro sea lo
prioritario”. A eso nos apuntamos.
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