Todos
sabíamos que tras esa boquita de piñón y sus ojillos de gorrión se esconde una
mujer con mucha mala leche y muy pocos escrúpulos. Alumna aventajada de la
escuela política del aznarismo, Esperanza Aguirre encarna uno de los bastiones
de la derecha española, por sus planteamientos ideológicos y sus maneras de
expresarlos. Representa, también, a un determinado tipo de políticos que están
proliferando en demasía en nuestra democracia, los que alcanzan el poder con
prácticas bastardas y fraudulentas y lo mantienen a costa de acuchillar a quien
se les ponga por delante.
Ahora sabemos un poco más: que es una zafia deslenguada, y que por mucho que se
disculpe no puede perdonársele que se dirija al alcalde de todos los madrileños
llamándole “hijo de puta”.
Es un calificativo muy castizo y muy español. Incluso, según el tono y el
momento, puede tomarse en plan amistoso o admirativo. Pero es inadmisible en
una persona pública, que fue nada menos que ministra de educación.
De todo ello sabemos bastante los castellonenses, pues aquí tenemos otro
preboste de la derecha, del mismo corte político que la madrileña y con tics
semejantes. Igual de histriónico y lenguaraz, accedió al poder de la Diputación
con prácticas poco claras que están siendo estudiadas judicialmente – los
censos ilegalmente hinchados de determinadas localidades clave de la provincia
-, y lo mantiene, según él mismo pregona, utilizando el todo vale.
Y, como a su correligionaria, le pierde su boquita, que utiliza la misma soez
expresión para insultar a su enemigo político, esta vez el representante de la
oposición.
Tienen que saber que con estos hache de pe a quienes insultan es a todos los
ciudadanos.
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