La
ciudad tiene un lenguaje propio, nos comunica con sus múltiples elementos
urbanos un sinfín de mensajes, de melodías, de silencios. “El discurso de la
ciudad – nos dice Margulis - tiene sus particulares juegos de lenguaje que
difieren en su lógica y alcance de los que se manifiestan en el nivel
lingüístico, y dentro de éste, en sus distintos planos temáticos”. A estos
planos nos referimos.
Bien es cierto que la mayoría de los objetos que nos rodean pasan ante nosotros
– nosotros ante ellos, más bien – sin pena ni gloria, de forma anodina y plana.
Otros, por el contrario, se nos devienen singulares, nos quedan marcados en la
retina y cobran significación. Y de éstos, casi todos – a pesar de su gran
formato o su relativo componente artístico – sólo aguantan una primera
impresión, el primer impacto atrayente por lo novedoso, pero pronto se
difuminan en la bruma de la cotidianeidad.
Solamente algunos son capaces de pervivir y engrandecerse a fuerza de verlos
día tras día. Se convierten, para aquellos que son capaces de apreciar su
lenguaje, en pequeños iconos urbanos que nos hablan de la ciudad y sus gentes,
entrando poco a poco a formar parte del alma colectiva.
No es necesario que sean monumentales: les sobra con su elocuencia. Y en
Castellón los tenemos por doquier. Uno de ellos es el que muestra la
fotografía: situado en la rotonda que precede al modermo puente sobre el Riu
Sec, a las puertas de la Universidad y enmarcada por el grandioso edificio
ortogonal de proporciones áureas, bien revestido de un gran macetero de
'trencadís' tan nuestro, el tronco seco y truncado de una enorme palmera que ha
sucumbido al picudo es algo más que un ornamento maltrecho. Es una auténtica
alegoría, está cargado de una simbología que nos resume gráficamente la
coyuntura de la ciudad.
Nos habla, cómo no, de los problemas medioambientales que padecemos, y con
ellos, a esta plaga de picudo rojo que está devastando nuestro patrimonio
palmero. Hay otros picudos que atropellan parques y paseos, como el Tram por el
Ribalta, pero a éste, el rojo, cual plaga infernal, algunos lo habrían
calificado en otros tiempos también de masón y de otros improperios
malsonantes, los mismos que ahora son capaces de atribuir sus nefastos orígenes
a socialistas y zapateros.
También nos habla de dejadez, de falta de iniciativa, de mala gestión, de la
atonía de gobernantes incapaces tan siquiera de sanear la palmera afectada para
que no se extienda la epidemia. Y nos revela, ejemplarmente, sin artificios, el
verdadero significado de esta zona urbana, la oeste, donde conviven elementos
de gran singularidad con unas carencias históricas de servicios básicos y, en
algunos casos, casi tercermundistas.
También habrá quien quiera ver en la decrepitud malsana del tronco muerto la
esencia de los efectos que la corrupción ha extendido por la ciudad. Y, aún
más, alguno apuntará a la erección fálica que representa, símbolo de la
chulería machista de ciertos prebostes de nuestra tierna sociedad.
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