El bello instante azota la impaciencia
de la oscuridad profana
sentando sin piernas en la lágrima fácil
ligeramente nimbada de azules desvaídos.
Alrededor, emerge circular el canto
repetido
invocador, voces sin huella
sin
mirada
sin
perdón.
Detrás de la plegaria, el polvo
con el que se escriben los tiempos sin
preguntas.
Sigo sin comprender qué me impide
traspasar la cuarta pared
y apagar la luz, evitar
la circunstancia que ensalza el
murmullo.
La oscuridad, inevitablemente, lo sé,
espejeará
los últimos rayos del poniente.
Cuando golpee la noche y la negra sombra
abrace la lágrima helada
podré alejarme de la falsa calma
que se asoma tímida al borde del
abandono.
El canto ha cesado
y
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