Sé que
es un error de bulto entrar al trapo de la polémica sobre la campaña que los
obispos han lanzado en contra de la modificación de la actual ley que norma el
derecho al aborto para ajustarla a las regulaciones que se aplican en la
inmensa mayoría de los países europeos, siguiendo los principios auspiciados
por el Consejo de Europa.
Sé que es un error que contribuye únicamente a exaltar los ánimos en quienes no
admiten reflexiones racionales, pues sus premisas se apoyan en actos de fe. La
campaña no se presenta para abrir un debate, sino para exacerbar a una
población católica que, no sé si también por efecto de la crisis, estaba un
poco adormilada.
El momento es propicio: tiempo de primavera, tiempo de pasión y procesiones,
con la declaración de la renta a la vuelta de la esquina. Y después del
varapalo de la educación para la ciudadanía, éste es un buen filón.
No quiere ello decir que los que no se mueven por exaltaciones fundamentalistas
no tengan razones de fondo para mejorar y adaptar la ley vigente, después de
más de 20 años de aplicación. Razones de fondo y argumentos contra la forma en
que ha presentado esta campaña.
Por no extendernos en las primeras, vamos con una que puede ilustrar una gran
incoherencia formal: la imagen que presenta. Si se exige la protección de los
cigotos aduciendo que ya tienen dignidad, ¿no tendrá mucha más un niño de
algunos meses gateando? ¿Dónde queda la dignidad del que aparece en la foto
publicitaria? ¿Qué dicen al respecto sus padres?
Es indudable que el concepto de dignidad humana, tan revestido de connotaciones
afectivas, es sumamente impreciso y forma parte del discurso irracional. Pero, con
todo, creo que hubiera sido más coherente difuminar la cara del niño gateador o
sustituirla (con perdón) por la de Martínez Camino.
Mi padre, muy laico él, me decía que las cuestiones del fervor religioso hay
que dejarlas secar poco a poco, pues, como las heridas mal cicatrizadas, cuanto
más las rascas más te pican. Pero, una vez más, no he seguido su consejo.
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