Desperté con un frío
glaciar en los huesos y creí por un instante que me habían secuestrado mis
parientes esquimales. Cuando aclaré la vista pensé que estaba en la sección de
congelados del supermercado. No. De una patada abrí la puerta del frigo y salí.
Mi padre me llevó allí dormido para que no tuviera sueños calenturientos. ¡Si
es que le importo un rábano!
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