jueves, 4 de octubre de 2018

A las siete y diez


Busqué el costado rígido
en la elocuente sensación
de tu hermosura
rematada por esa palabra sobria
que impone su austeridad
en el límite del signo.

Bajo el epígrafe impoluto
de la subjetividad hecha carne
nada se resistió
nada quedó en su sitio
nada justificó el empeño.

Después, la escarcha hizo el resto.
Ánimos fríos, arrogancias perezosas,
levaduras de tilos y mostazas, vacío.

La tarde volvió a citar a los ausentes.
A las siete y diez cada uno
tomó el sentido de su aguja
y nos perdimos.

El reloj ya no volverá a marcar
las cuatro y veinte.



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