Desenvuelto, huesudo y flaco aunque bien parecido,
lenguaraz, imaginativo, mentiroso. Así le conocían en el colegio, y él se
sentía orgulloso de ser como era y de lo que le auguraba su abuelo: candidato
perfecto para vivir del cuento. Acertó: siendo aún jovencito se emparejó con la
hija de un ricachi y se fue a vivir con ellos, por el morro. Tiempo después, le
vendió la burra a su suegro y le montó un negocio de nigromancia telefónica, de
esos que te adivinan el futuro a través de un 806. Y de allí a un canal de
televisión local nocturno, donde echaba las cartas del tarot a quien llamaba.
Por el día se dedicaba a balancear los minutos empleados para pasar la minuta.
Así toda su vida: viviendo del cuento y del recuento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario