(A mi tío Vicente, mi querido padrino)
Apoyado contra el cristal el anciano
observa guijarros calizos de épocas
lejanas.
Cómo duele permanecer siempre así
convertido en piedra de la noche,
cuando los blancos cabellos y la azulada
tez
resuelven las huellas de la oscuridad
temida.
Ya el ojo sólo ve guijarros
que se amontonan cada día más
abundantes;
ya el oído sólo oye
el ruido del cuerpo acribillado.
Ahora el ojo pegado a la ventana de la
vida
no ve más que cortinas negras y
el ruido por un momento ha cesado.
Es tiempo de corderos,
desgraciados corderos que aún siguen
pidiendo que sea la última noche.
La última.
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