Los cuatro garfios de mi mano
se estiran, se afanan y llegan a arañar
los falsos muros cambiantes
cal, lodo y frases espray de perros de
presa
narices rotas, moco incluido.
Señalan y dibujan cielos de huevo y miel
trocitos de arrullos balanceados
canciones cuna del lobo que viene
con puntas de lluvia ácida
palabras isla de boca llena.
Acusan al quinto pulgar enfrentado
pivotando el silencio hacia húmedos
monumentos
con sus cabezas recién peinadas que
retornan
siempre retornan, invocando su verdad
impoluta, incuestionable, satisfecha.
Cuatro a uno. Multitud y soledad.
Basta cerrar el puño para alejarme
por campos imaginados, deslizarme
por las oscuras preguntas, gatear
por los techos invertidos, yacer
en los infiernos de luz.
(septiembre, 2016)
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