La
semana que viene voy de boda. Me sentía muy ufano con mi traje de verano
comprado para la ocasión en el centro de oportunidades de El Corte Inglés, un
traje de marca a un buen precio.
Pero hoy me he enterado – ingenuo de mí – que en esto de los trajes, como en la
mayoría de los objetos de consumo, hay dos dimensiones con sus correspondientes
gamas: una para la gente corriente y otra para un pijoterío de lo más refinado y
selecto, donde las calidades, exquisiteces y precios son irreconocibles.
He sabido que existen trajes a medida y personalizados, de marcas como Milano y
Brioni, para auténticos sibaritas del vestir, llamados 'los ferrari',
realizados según el método bespoke en los que el mismo maestro sastre cuida en
su confección de cada detalle: paños inarrugables de altísima calidad,
bocamangas con botonadura superpuesta, pantalones con trabillas italinas de
doble pliegue, forros, solapas, chalecos... Trajes que cuestan entre los 3 000
y los 6 000 euros, el salario de medio año de un milieurista.
Lo que ese selecto pijotero – uno de los 500, dicen, que hay en España -, con
su traje, sus zapatos, su reloj-joya y demás abalorios puede llevar encima como
si tal cosa, al estilo de un maniquí de escaparate, en una recepción oficial,
en un acto político de aclamación de masas, a la entrada o salida del juzgado,
puede costear durante cuatro años ininterrumpidos el subsidio de desempleo de
un trabajador en paro.
Y son tan abrumadoramente agraciados que algunas veces ni siquiera tienen que
pagarlos, porque hay otros pijoteros que les quieren un huevo y se los regalan.
Así de glamuroso puede llegar a ser el mundo pijoteril.
Lo curioso del asunto es que se van a presentar ante cuatro millones de parados
y – aseguran – van a ganar las elecciones.
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