Una de las imágenes que ilustran mi memoria infantil
muestra ambos lados de las principales calles de mi pueblo llenas de goterones
de cera, los cuales, tras las grandes procesiones, persistían algunas semanas,
hasta que poco a poco iban desapareciendo. Nadie se atrevía a limpiarlos; sólo
el tránsito de la gente iba llevándose el recuerdo del fervor religioso.
Ahora, bastantes años después, esa imagen es continuamente remedada cuando
transito las calles de nuestra ciudad, sobre todo las más céntricas. Dado lo
poco estimulante que es alzar la vista hacia las alturas de las viviendas, que
muestran la clásica anarquía arquitectónica de Castellón, la vista al pavimento
nos descubre un aspecto poco usual de la ciudad: las innumerables manchas y costras
de chicles pisadas una y mil veces por ciudadanos anónimos, manchas que, como
dice mi madre “no se van ni con rasqueta”.
Podríamos pensar que ese antihigiénico acto de tirar el chicle mascado al suelo
es solamente propio de los jóvenes, que es en los alrededores de los institutos
donde se concentran las pruebas indelebles de esta muestra de incivilidad. Pero
no: podemos encontrarlos a lo largo y ancho de las aceras y plazas e, incluso,
podemos aportar algunos datos de muestras contabilizadas que podrían aventurar
algún estudio sociológico de más envergadura. Podríamos, si cabe, realizar
estudios comparativos con otras ciudades “limpias”. Y todo ello un año después
de que el Ayuntamiento se gastara 62000 euros en una campaña especial de
limpieza que llegó a recoger, dicen, 11 kilos de chicles pegados. De nada
sirven las más de 1000 papeleras del Plan de Renovación si la gente no las
utiliza. También es posible que tal limpieza no fuera lo útil que pregona la
publicidad institucional, pues es en los alrededores del Ayuntamiento donde más
persisten. Las cifras cantan:
Calle Enmedio (junto a la Puerta del Sol): 13 manchones / m²
Calle Mayor (junto a la Plaza Santa Clara): 24 / m²
Pasaje de Colón a la Plaza Mayor (junto al Ayuntamiento): 26 / m²
Calle José García: 34 / m²
Plaza Pescaderia: 42 / m²
Calle Poeta Guimerá (esquina calle Alloza): 18 / m²
Avenida del Rey (frente a Correos): 17 / m²
Esta sucia situación sólo se remedia si evitamos la acción trasgresora, y para
eso, parece ser, se ha implantado la nueva Ordenanza de Convivencia Ciudadana.
Sin embargo, los redactores del prolijo listado de acciones indeseables no han
incluido una referencia expresa de este insano hábito. Sólo una amplia
interpretación del artículo 10, que prohibe el ejercico público de las
necesidades fisiológicas, entre ellas la de escupir, puede dar cabida al acto
de tirar un chicle, pues habitualmente está embadurnado en saliva. Y si es así,
la catalogación del acto punible puede ser falta grave (artículo 33), si se
realiza en espacios de mayor concurrencia de personas o menores, lo que estaría
penado con una sanción de 751 euros. Claro que siempre puede echarse mano del
36 (reparación de daños), que permite exigir al infractor/a la reposición de la
situación alterada, esto es, darle una rasqueta y mandarle a limpiar aceras.
¿Es esto una broma? ¿O acaso se puede pensar que van a imponer multas si ven a
alguien tirar un chicle al suelo?
Únicamente dos acciones pueden ser realmente eficaces: limpiar de una vez por
todas las zonas más transitadas de la ciudad y realizar contínuas campañas
educativas y de concienciación cívica sobre el tema.
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