Dudo que la escena dé para un poema. Espero que al
escribirlo me pueda desprender de su recuerdo, instalado en la raíz del único
pelo que me queda en el parietal derecho:
El último asiento del autobús se queja
del pasajero recién sentado,
todo él masa y conciencia peso muerto
muelles aplastados, costuras tensas,
espacios invadidos.
Sin miramiento mira y miente
al vecindario y traslada su atención
al ticket manoseado entre índice y
pulgar,
certificado de viajero que ya
se siente cadáver.
Dentro de nada dejará de vivir
del cuento representado.
Se levanta, el asiento asiente
y le hace saber que ha olvidado la
máscara
para nada barata con la que interpreta
el papel de político honesto,
transparente y veraz.
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