He de decirme, viniendo a mí
sin dejar de contemplar los brazos
los órganos ocupados, para mantenerme
en pie hoy y mañana.
Y he de moverme sin esperar la fuerza
del día incompleto
cuando empieza casi todo.
He de dejar de hablar, no más voces
porque, ante todo, la voz levanta el
cráneo,
tantos síes y noes, tantos escuálidos
pensamientos
para que lo accesorio suceda
sin necesidad de recuperar
el movimiento eterno
entre calles, plazas y paradas de
autobús, bares incluidos.
Hay que ocupar el rincón donde
la niña, el viejo, su arruga y un perro
adormilado tienen toda la
responsabilidad
vagabundos sin naturaleza. Allí,
en la penumbra, allí, en ninguna otra
parte
podré extinguir la memoria y, sin mayor
pudor,
continuar el camino para seguir
viniendo.
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