Se propaga la sombra en el vacío
colectivo a la velocidad de la luz.
Noche con gritos de tantos sordos unidos
por el compartido cordón umbilical
alimenticio,
conectados por los mismos pensamientos
azucarados, náufragos en el mismo mar de
plomo.
Me acarician con excesiva frecuencia las
manos
entrelazadas que apelan a un cielo
desmelenado
esperando la complacida respuesta
mientras llega la pregunta desprevenida
del gigante enano con credenciales
oficiales
para escupir el humo pegajoso que nunca
asciende lo suficiente.
No estoy arriba, ni tan siquiera aquí
y los veos, agazapados, impacientes
sin proyectos, con aspiraciones
sin proyectos, con aspiraciones
removiendo la sombra húmeda extendida
a mis pies.
Mis pies.
No quiero verlos.
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