Solemnemente
se ha iniciado por las altas instancias el nuevo Año Judicial, con su habitual
balance del curso pasado y sus intenciones para el porvenir. El repaso ha
puesto el acento en los conflictos profesionales aún no superados, en las
injerencias no recomendables, en el clima de corrupción que impregna nuestra
sociedad y en las incertidumbres que abre el próximo Plan de Modernización del
gobierno.
¿Cómo habrá valorado la derecha de nuestro país este pasado año judicial? Es
posible que lo hayan tildado de ‘annus horribilis’, y es posible también que
algunos piensen, conforme pasen los meses, que ha sido una perita en dulce.
Mucho tajo hay, pero no sabemos hasta dónde llegará la marea. Como poco les
dará algunos quebraderos de cabeza.
La derecha, representante per se de los poderosos, de los que se han
tenido por derecho de cuna como ungidos para administrar justicia, en
democracia mantiene con ella una relación interesada, un matrimonio de
conveniencia. Cuando le es posible, la manipula y dirige, y cuando no, la
vapulea o la desprecia.
La justicia – así rezan los manuales – es lo único que le queda al que otra
cosa no tiene. Vaga ilusión. Más bien la justicia es como tela de araña, que
sirve para que se enreden en ella presas menudas, pero no las grandes, las
poderosas. ¡Cuántas veces hemos visto cómo estos poderosos la han apartado de
un manotazo! Han salido del trance únicamente con algunos incómodos hilachos
que se han quedado pegados desluciendo su traje.
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