La
mañana en que los medios de comunicación nos informaban sobre la ‘presunta’
financiación irregular del PP valenciano, instalada en el corazón mismo de la
trama de corrupción del caso Gürtel, los micrófonos de Radio Nacional pulsaron
la opinión de ciudadanos anónimos en la concurrida Estación del Norte de
Valencia.
Si esperábamos alguna respuesta indignada por el comportamiento de los
dirigentes políticos que aparecen en el informe nos quedamos con las ganas: la
docena de entrevistados se manifestó insensible a esta gravísima situación,
planteaban el tema como irrelevante y extendían la responsabilidad a todos los
políticos sin distinción, aunque a algunos se les notaba molestos, recelosos e,
incluso, temerosos en sus respuestas. Increíble, pero cierto.
En nuestra ciudad, donde las ramificaciones del caso ya tienen nombre – Lubasa,
Piaf, Facsa, tres de las más importantes empresas de la provincia -, no podemos
esperar manifestaciones muy diferentes.
¿Cómo se ha podido llegar a esta situación, a esta masiva insensibilidad ética,
a esta falta de coraje para reaccionar ante las escandalosas evidencias? Es
más: se ve a tantos sentirse tan cómodos navegando por estos lodazales,
poniendo el grito en el cielo si alguien osa levantar la voz más de lo que
creen admisible… Incluso las encuestan de opinión –las no pagadas por los
interesados, se entiende – ofrecen conclusiones similares.
No sólo se explica por la trabajadísima estrategia de comunicación y propaganda
y la ingente cantidad de dinero público que emplean para controlar cierta
prensa escrita, o por la sesgada y vergonzosa política informativa de la
televisión autonómica. Todos sabemos que hay más razones.
Y, sin embargo, ¿quién puede dudar a estas alturas de que estas empresas, que
han visto multiplicar vertiginosamente sus beneficios en la última década, que
mantienen contratos millonarios con las administraciones gobernadas por el PP,
han tenido una relación de privilegio? La sospecha es tan generalizada que los
trabajadores del ramo identifican jocosamente las dos últimas letras del
acróstico PIAF como “Alberto Fabra”, añadiendo en las otras dos malévolas
palabras que empiezan por ‘P’ y por ‘I’.
Pero no nos engañemos. En el fondo, nuestra sociedad, en estado semiletárgico y
en clara sintonía con estos responsables políticos, reflejada tozudamente en
las urnas, está esperando el veredicto final de la justicia. Ni veinticuatro
horas tardarán en resintonizar su dial.
Porque, en el fondo, hasta sus propios militantes saben que están instalados en
una peligrosísima borrachera de poder que les ha conducido a una espiral de
prácticas de las que tarde o temprano tendrán que desligarse.
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