Pasa su ecuador la esperada cumbre de Copenhague,
donde se han reunido representantes y mandatarios de mundo entero, bajo los
auspicios de las Naciones Unidas, para debatir las propuestas que deben evitar
– o cuanto menos, retrasar – el calentamiento global del planeta.
Lejos quedan las convenciones de Río y Kyoto de los 90 que vaticinaron lo que
hoy es una realidad irrefutable: que nuestra delgadísima capa atmosférica es
incapaz de absorber las emisiones de gases nocivos, sobre todo CO2, producidos
por la actividad humana, generando una carcasa gaseosa, un auténtico
invernadero que captura y retiene el calor solar. Y desde entonces este
problema del calentamiento, a pesar de las terribles evidencias, a pesar de los
gestos de algunos líderes mundiales y las buenas palabras, se ha agravado de
tal forma que las recomendaciones de entonces son ahora inaplazables urgencias.
El mundo occidental, enfrascado en la actual crisis económica, asiste a esta
nueva cumbre sobre la crisis climática con el ánimo descompuesto. Una buena
parte de la sociedad poco sabe de lo que allí se cuece, y entre los informados
son más los escépticos que los esperanzados. Pocos son optimistas y muchos los
radicalmente defraudados: no les faltan razones a estos activistas, porque el
clima, dicen, no es un banco. Si lo fuera, como reza una de las consignas que
aglutinan a los militantes ecologistas por la red, ya lo habrían salvado.
Dos son los grandes objetivos propuestos en esta cumbre: determinar cuotas de
responsabilidad en la actual degradación a fin de establecer las
correspondientes compensaciones financieras hacia los países del Sur que deben
luchar contra las catástrofes climáticas y concretar un calendario que obligue
legalmente a los Estados a reducir drásticamente sus emisiones de gases de
efecto invernadero, incluyendo a los dos países más contaminantes, EE. UU. y
China.
Dos objetivos que deben asumir los países del Norte junto a otro reto no menos
crucial, consolidar un cambio de modelo económico que no valore el beneficio
sin determinar los costes ecológicos ni el despilfarro de los limitados
recursos.
El problema es de todos y cada cual debe asumir sus responsabilidades. El
presidente Zapatero así lo ha entendido, y ha acudido a la capital danesa con
su proyecto de ley de economía sostenible bajo el brazo, que recoge una buena
cantidad de propuestas que apuntan en esa dirección. Somos realistas: aún está
por concretar, falta mucho que desarrollar y debe ser socialmente aceptada;
pero el hecho es que es un gran paso en la buena dirección.
El problema es de todos, también de los responsables de los gobiernos locales,
porque al ser los más próximos a los ciudadanos, con mayor eficacia pueden
impulsar políticas que incidan en los buenos hábitos individuales y colectivos.
Por eso el Partido Socialista, en su programa para la ciudad de Castelló tiene
asumido un compromiso de gran calado: configurar, con la participación de los
agentes y movimientos sociales, un plan integral de sostenibilidad para la ciudad,
con el objetivo de que Castelló se sume a las exigencias de las ciudades
verdes, sin perder su potencial productivo. A pesar de que el verde es el color
del distintivo de su bandera, está en la cola del ranking español.
No se trata sólo de incrementar las superficies de arbolado y de parques, de
poner en valor nuestras zonas con mayor riqueza medioambiental o de impulsar
ordenadamente el uso de medios de locomoción no contaminantes, todas ellas
medidas ineludibles, sino de integrarlas en un proyecto estratégico junto a
otras no menos necesarias: un plan para el mayor aprovechamiento de las
viviendas, para reducir la contaminación lumínica, el consumo de energía
eléctrica y de los gases emitidos por la circulación rodada; incrementar de
forma sensible la utilización de energías renovables y la cogeneración de
electricidad; sanear nuestra red de suministro de agua potable, extender a toda
la ciudad el depósito selectivo de residuos, dotarnos de nuevos ecoparques más
próximos y accesibles o impulsar campañas educativas en los centros escolares.
En esa tarea estamos.
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