Miro con el rabillo del ojo
tercera persona gesto soez
la mano que escribe (supongo mi mano)
--
retorcida
-- aliviada
una historia que no es mía
sino de los muertos que perdieron la
batalla.
Muertos puestos en pie de guerra
otra vez
para arrebatar al aire que ya no
respiran
los pájaros, los árboles, el agua.
Cuando la última palabra
(marchita nada más cuajada)
emborrona el final de la historia
aparecen los ruidos del lugar
de
las cómodas trincheras
del
ataúd con lecho de vino y rosas
de
la vida errónea
de
la quimera nocturna.
Entonces
(sólo entonces)
puedo balbucear, cinco minutos de gloria,
que quizá esa mano no es mi mano
y que mi historia factible posiblemente
comienza
al otro lado del campo de batalla.
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