Me recuerda la fábula del rey desnudo. Es
a propósito de la Crisis, con mayúscula, de nuestro partido socialista. Mucho
hablar, los que tienen voz y se les oye, de lo que necesita, con palabras tan
grandes como huecas, ‘el bien de España’, ‘lo primero, la gente’, ‘recuperar la
calle’, ‘ahora toca pensar’, ‘ganar el futuro’… y no se dan cuenta, o sí −y no
se atreven a hablar de su desnudez−, de que los problemas, y sus vías de solución,
los tenemos delante de nuestras narices, mostrados también con letras
mayúsculas: P.S.O.E.
No quisiera dármelas de fatuo, ni están
estas líneas escritas con afán exclusivista ni mucho menos categorizador.
Tengo, como dice V. Camps, mis dudas, pero también mis pequeñas convicciones.
Ahí van:
P:
Partido. La organización política del
partido está caduca, y su fecha de caducidad hace años que pasó. Posiblemente
sea el primero y más contundente de los problemas que padecemos y, sin duda, es
el que tira de todos los demás. Por eso tenemos que hablar de la absoluta
necesidad de conformar otro modelo de partido, en el que los liderazgos, a
todos los niveles, emerjan y se consoliden, por encima de todo, por las
cualidades intelectuales, profesionales y políticas de las personas, y no sólo
por el sistema de cooptación establecido a través del ejercicio del poder
institucional. Líderes con alta formación, reconocidos y valorados, ante todo,
en su ámbito profesional, con proyectos contrastables, con la experiencia necesaria
en la gestión de equipos y políticas públicas. Personas que no hagan de la
política su profesión, ni que medren en su profesión acunados en la política.
Por tanto: primarias abiertas, con equipo, proyecto y currículum; limitación de
mandatos; se acabaron las puertas giratorias, los cargos vitalicios…
Y necesitamos afiliados con más cultura política.
Hace mucho que dejó de importar la formación de la gente del partido, y así nos
va. Sin buenos mimbres no puede haber buenos cestos. La política, querámoslo o
no, es cosa de élites, en el sentido gramsciano, de los mejores. También en el ámbito
de los comportamientos. Y se requiere, además, dar a los afiliados más poder de
decisión. ¿Cómo conseguirlo? La
afiliación es un derecho que debe ganarse día a día. Vuelta al padrinazgo, y
mecanismos para evitar la perversión de las afiliaciones sectarias interesadas.
Consultas directas para tomar decisiones importantes, sin caer en un obsoleto
asamblearismo. Y formación, obligatoria.
S:
Socialista. Sabemos las dificultades que atraviesan las socialdemocracias
para responder a los grandes retos del nuevo siglo: poder absoluto del
neoliberalismo, mercantil y financiero, crisis de valores y desafección de la
política, corrupción, brecha social, nacionalismos de ultraderecha, deriva
ecológica, movimientos de poblaciones, violencia… Necesitamos un partido
socialista contundente ante todos estos retos, intransigente e incompatible con
las políticas conservadoras, vengan de donde vengan; beligerante y defensor a
ultranza de los derechos constitucionales, humanos; modelo de comportamiento
ético; riguroso en el cumplimiento de la ley, decididamente volcado en la
defensa y mejora de las libertades individuales y colectivas y en la
compensación de las desigualdades. Ni un minuto cómplice por activa o por
pasiva de gobiernos conservadores, ni actuar de salvavidas, por muy encrespado
que esté el mar.
O:
Obrero. El partido socialista nació
obrero en una sociedad de obreros y patronos. Ahora, ni los viejos sindicatos
de clase lo son, y el partido socialista se ha quedado huérfano. El reducto de
apoyo social que queda es muy escaso y, con todos los respetos, manifiestamente
mejorable. Por eso el nuevo partido socialista ha de dejar de ser ‘obrero’ para
ser un partido en el que el que tiene un salario, el que lo busca, el que lo ha
perdido, el autónomo, el empleado público, el estudiante, el pensionista, todos
ellos, vean en él un claro referente. Las políticas económicas y laborales han
de ir dirigidas a lograrlo.
E:
Español. Si faltaba algo para
complicar más el panorama, aquí lo tenemos: español. El partido socialista
continua anclado en una concepción del modelo territorial surgido de/en un
periodo histórico que es ahora a todas luces insuficiente y anquilosado, a la
vez que poco eficaz. Para superar el Estado de las Autonomías se habla del
modelo federal, pero con la boca pequeña. Aún queda mucho españolismo
trasnochado por estas tierras. Decididamente, el partido socialista ha de avanzar
hacia una nueva concepción del Estado plurinacional, con propuestas claras.
Hacia una nueva Constitución donde el Estado, federal, lo es desde los pequeños
gobiernos locales, con una
administración central con las competencias justas e imprescindibles.
Espero que en un próximo Congreso, después de los
turrones, y con un plebiscito previo de Primarias, tengamos ocasión de valorar
y decidir quién es el candidato que con mayor brío y credibilidad asume y
apuesta por dirigir el renacimiento del nuevo partido socialista con las pautas
expresadas. Difícil cuestión, pues daría por tierra el principio de R. Mitchell
sobre la ‘ley de hierro de la oligarquía’, y su incapacidad para liberarse de
las aristocracias, pues son ellas mismas las que, hoy por hoy, tienen las
riendas del poder en el partido.
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