lunes, 21 de marzo de 2016

DE REGALOS, PREMIOS Y ENCOMIENDAS

Dice el saber popular que el regalo retrata, sobre todo, a quien lo otorga, para bien y para mal. Al regalado, como aquel, tanto le da, porque no hay que parar en dientes, aunque bien es cierto que hay algunos que, al aceptarlo, se convierten ipso facto en el negativo del regalador, pues ambos, el que da y el que toma, son clichés de la misma imagen.
Como enfatizar en la faz ecuánime, prestigiadora, merecida y reconocida de tales otorgamientos es algo que se me antoja ocioso, voy a cargar tintas en la cara opuesta, la que nos llena de estupor, indignación y hasta sonrojo cuando se conceden algunos. Y vienen con relativa frecuencia, a veces con mayor afluencia que los otros.
Los que nos movemos en territorios del quehacer literario, aunque sea con minúsculas, tanto en poesía como en narrativa, sabemos cómo pululan los premios, las flores, las menciones, medallas y diplomas… A qué variopintas pautas se ajustan los galardones, qué intereses económicos, mutualistas o de compromiso esconden. Solo cuando sabemos del premiado, de la premiada, hacemos cuentas y volvemos a reafirmarnos en nuestra intuición: «¿No te lo dije? Quid pro quo». Jurados y premiados se intercambian papeles y todo queda en casa. O: «Ya lo sabíamos: nadie fuera del redil». El premio para mayor gloria del pastoreo.
Estas circunstancias, podría pensarse, son propias de ámbitos territoriales menores, donde el efecto entrópico, centrípeto, es tal que impide actuaciones de mayor dignidad. Pues no; es un mal que, como el del Almansa, a tots alcança. Podríamos citar premios y certámenes de mucho calado, nacionales, suculentos, que funcionan de esta guisa. No es momento para citarlos, pero haberlos, créanme, haylos, y no pocos.
Pero lo que mueve este artículo queda fuera del mundo literario, aunque mucho tiene de cuento, de tragicomedia o de esperpento. Es a propósito de un galardón otorgado recientemente por este Gobierno en funciones, ordenado por el Ministro de Educación en funciones, quizá teatrales o circenses. Nada menos que el otorgamiento de la Encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio a un preclaro personaje bien conocido en estas tierras, no sé si en Madrid, aunque es seguro que hasta allí han llegado las recomiendas: don Francisco Baila. Pocos deben quedar en el mundo de la educación que no sepan de sus andanzas, por sus actuaciones estelares al frente de la Dirección Territorial, de su paso como cargo directivo en Valencia o como presidente del Consell Escolar Valencià.
La Orden de Alfonso X el Sabio, ahí es nada, orden civil franquista instaurada recién acabada la Guerra Civil en abril del 39 (un buen momento con los fusiles calentitos) y que ha pervivido con la finalidad de premiar a aquellas personas o entidades que «se hayan distinguido en grado extraordinario por los méritos contraídos en los campos de la educación, la ciencia, la cultura, la docencia y la investigación o que hayan prestado servicios destacados en cualquiera de ellos». En el grado de encomienda, que en el ranking de sus categorías no es la mayor, pero tampoco la última; o sea, intermedia. Junto a otras ocho personas, por orden, obra y gracia 271/2016, de 16 de febrero.
A don Francisco Baila, Paco en plan coloquial. Qué decir de él que no se sepa: como profesor en el antiguo CUC, manifiestamente mejorable. Como director territorial, brazo armado del fabrismo, cuando se escolarizaba por la puerta trasera según los compromisos, cuando las oposiciones de futuros inspectores eran un bochornoso espectáculo, cuando los méritos se supeditaban a las afinidades… Son sonadas algunas de sus apariciones en claustros y cómo trataba a determinados profesionales. Eran tiempos en que Camps era Conseller de Educación y Fabra indiscutido Presidente de la Diputación, del PP y de todo lo que se le viniera por delante.
Cuando su estancia en la provincia se hizo insostenible por denuncias que saltaron a los terrenos de la judicatura lo auparon a los servicios centrales: premio al batallador incansable de las más puras esencias populares. Y cuando hubo cumplido su encargo desordenando el sistema en la Dirección General de Ordenación y Centros Docentes, fue nombrado Presidente del Consell Escolar. Eran tiempos en los que Font de Mora fue Conseller de Educación, primero, y President de les Corts, después. Por cierto, otro señor que, además de sus presuntas responsabilidades flagrantes y gravísimas por no haber sido suficientemente vigilante del patrimonio de la Generalitat en los desmanes multimillonarios de Ciegsa, también fue ingresado en la misma Orden de Alfonso X el Sabio, en el año 2012, a este con mayor categoría: la Gran Cruz.
A ambos les entregó los galardones el mismísimo Rajoy. ¿Quién retrata a quién? ¿los galardonados o los otorgadores?

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