Dice el saber popular
que el regalo retrata, sobre todo, a quien lo otorga, para bien y para mal. Al
regalado, como aquel, tanto le da, porque no hay que parar en dientes, aunque
bien es cierto que hay algunos que, al aceptarlo, se convierten ipso facto en
el negativo del regalador, pues ambos, el que da y el que toma, son clichés de
la misma imagen.
Como enfatizar en la
faz ecuánime, prestigiadora, merecida y reconocida de tales otorgamientos es
algo que se me antoja ocioso, voy a cargar tintas en la cara opuesta, la que
nos llena de estupor, indignación y hasta sonrojo cuando se conceden algunos. Y
vienen con relativa frecuencia, a veces con mayor afluencia que los otros.
Los que nos movemos
en territorios del quehacer literario, aunque sea con minúsculas, tanto en
poesía como en narrativa, sabemos cómo pululan los premios, las flores, las
menciones, medallas y diplomas… A qué variopintas pautas se ajustan los
galardones, qué intereses económicos, mutualistas o de compromiso esconden.
Solo cuando sabemos del premiado, de la premiada, hacemos cuentas y volvemos a
reafirmarnos en nuestra intuición: «¿No te lo dije? Quid pro quo». Jurados y
premiados se intercambian papeles y todo queda en casa. O: «Ya lo sabíamos:
nadie fuera del redil». El premio para mayor gloria del pastoreo.
Estas circunstancias,
podría pensarse, son propias de ámbitos territoriales menores, donde el efecto
entrópico, centrípeto, es tal que impide actuaciones de mayor dignidad. Pues
no; es un mal que, como el del Almansa, a
tots alcança. Podríamos citar premios y certámenes de mucho calado,
nacionales, suculentos, que funcionan de esta guisa. No es momento para
citarlos, pero haberlos, créanme, haylos, y no pocos.
Pero lo que mueve
este artículo queda fuera del mundo literario, aunque mucho tiene de cuento, de
tragicomedia o de esperpento. Es a propósito de un galardón otorgado
recientemente por este Gobierno en funciones, ordenado por el Ministro de
Educación en funciones, quizá teatrales o circenses. Nada menos que el
otorgamiento de la Encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio a un preclaro
personaje bien conocido en estas tierras, no sé si en Madrid, aunque es seguro
que hasta allí han llegado las recomiendas: don Francisco Baila. Pocos deben
quedar en el mundo de la educación que no sepan de sus andanzas, por sus
actuaciones estelares al frente de la Dirección Territorial, de su paso como
cargo directivo en Valencia o como presidente del Consell Escolar Valencià.
La Orden de Alfonso X
el Sabio, ahí es nada, orden civil franquista instaurada recién acabada la
Guerra Civil en abril del 39 (un buen momento con los fusiles calentitos) y que
ha pervivido con la finalidad de premiar a aquellas personas o entidades que «se
hayan distinguido en grado extraordinario por los méritos contraídos en los
campos de la educación, la ciencia, la cultura, la docencia y
la investigación o que hayan prestado servicios destacados en
cualquiera de ellos». En el grado de encomienda, que en el ranking de sus categorías
no es la mayor, pero tampoco la última; o sea, intermedia. Junto a otras ocho
personas, por orden, obra y gracia 271/2016, de 16 de febrero.
A don Francisco
Baila, Paco en plan coloquial. Qué decir de él que no se sepa: como profesor en
el antiguo CUC, manifiestamente mejorable. Como director territorial, brazo
armado del fabrismo, cuando se escolarizaba por la puerta trasera según los
compromisos, cuando las oposiciones de futuros inspectores eran un bochornoso
espectáculo, cuando los méritos se supeditaban a las afinidades… Son sonadas algunas
de sus apariciones en claustros y cómo trataba a determinados profesionales.
Eran tiempos en que Camps era Conseller de Educación y Fabra indiscutido
Presidente de la Diputación, del PP y de todo lo que se le viniera por delante.
Cuando su estancia en
la provincia se hizo insostenible por denuncias que saltaron a los terrenos de
la judicatura lo auparon a los servicios centrales: premio al batallador
incansable de las más puras esencias populares. Y cuando hubo cumplido su
encargo desordenando el sistema en la Dirección General de Ordenación y Centros
Docentes, fue nombrado Presidente del Consell
Escolar. Eran tiempos en los que Font de Mora fue Conseller de Educación,
primero, y President de les Corts,
después. Por cierto, otro señor que, además de sus presuntas responsabilidades
flagrantes y gravísimas por no haber sido suficientemente vigilante del
patrimonio de la Generalitat en los desmanes multimillonarios de Ciegsa,
también fue ingresado en la misma Orden de Alfonso X el Sabio, en el año 2012,
a este con mayor categoría: la Gran Cruz.
A ambos les entregó los galardones el mismísimo Rajoy.
¿Quién retrata a quién? ¿los galardonados o los otorgadores?
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