«¡Buenas
noches, mis queridos ángeles! ¡Buenas noches, habitantes de un lugar llamado
mundo!
Así empezó su programa, como hacía
diariamente, al filo de la medianoche, Gabriela Garzón, la conocida locutora de
una emisora local, RadiAcción.
«En esta velada
especial esperamos vuestras cálidas y solidarias llamadas, vuestras palabras
reconfortantes, vuestras vitaminas de afecto.»
El programa
que dirigía, escribía y presentaba, un programa radiofónico hecho a su medida,
por su singular personalidad, se llamaba ‘A las doce, en casa’.
«Es especial,
digo, porque en esta fría noche del veinticuatro de diciembre, en la que medio
mundo celebra la Nochebuena, nuestra razón de ser como radio solidaria se tiene
que escribir con mayúsculas. ¡So – li – da – ri – dad! ¡Es lo que os pido esta noche más que ninguna
otra!»
Lo decía así, transmitiendo entusiasmo, con voz potente
y transparente; nada de cadencias melifluas ni tonos lastimeros. Solidaridad,
ésa era la clave de ‘A las doce, en casa’, dedicado a encontrar cobijo a todos
aquellos que no lo tenían, bien porque la pobreza los había echado a la calle
o, sobre todo, por la ola de desahucios que estaba castigando a la gente. En
esta ciudad, más que en otras, las tramas especulativas de dos grandes empresas
de la construcción ─Romana Inmo y Herocons─, unidas a banqueros sin escrúpulos,
con el silencio cómplice de las autoridades locales y sus planes urbanísticos,
estaban llevando a muchas personas, la mayoría ancianos, pero también a jóvenes
familias a entregar, por la fuerza de la ley y de la policía, a veces con
patada en la puerta, sus viviendas. Una ley injusta que se aplicaba con mucha
más celeridad que cuando trataba a los poderosos.
‘A las doce, en casa’, como en La Cenicienta,
aguardaba la hora mágica de la medianoche para sacar a los radioyentes de sus
particulares somnolencias y devolverlos a la cruda realidad a través de las
ondas. El equipo de investigación del programa contactaba con los afectados y
sus testimonios eran recogidos en el programa de la mano de su presentadora,
Gabriela, la cual, a su vez, daba cuenta de los que habían conseguido,
temporalmente al menos, un techo ofrecido por los propios oyentes. Así siguió
expresándose:
«Tenemos que
felicitar, mientras espero la primera de vuestras llamadas, ya sabéis, al
novecientos, treinta, treinta, diez, tenemos que felicitar, decía, a José Carpo
y a su mujer Mireya, el matrimonio que perdió su casa hace unos días. Han
estado vagando por la calle, sin alejarse de lo que hasta hace poco era su hogar,
durmiendo no se sabe dónde. Expusimos su caso anteayer y, gracias a vuestra
solidaridad, al buen corazón de un oyente anónimo, hoy mismo comparten su piso,
reducido, pero suficiente. No pedían más que un techo, porque Mireya está a
punto de parir, hasta que se resolviese el recurso. No pedían más que un techo,
y ya lo tienen… A ver, a ver: damos paso
a la primera llamada. Buenas noches, habitante. ¿Quieres decir tu nombre?»
Y continuó el programa como todas las noches.
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