Dicen
que los gestos son importantes en política. Mucho lo deben ser, a la vista de
la profusión y cuidado con que son programados y utilizados. Se puede decir que
no hay manifestación política que no prevea el gesto, formando parte de su
puesta en escena y como elemento comunicador, haciéndolo punto de referencia
mediático.
Todos los utilizan, gobierno y oposición, cada cual con sus propios fines.
Recuérdese, por ejemplo, como gesto de trascendencia innegable, la reunión de
Patxi López con los colectivos de víctimas de terrorismo tras su investidura; o
la llegada en taxi de Miguel Ángel Revilla a la Moncloa, o el encuentro de
Moratinos con Caruana en Gibraltar.
Como gesto hay que tomar el acompañamiento de Rita a Camps, bolso en mano y de
la mano, al TSJ de Valencia para declarar sobre los regalos de El Bigotes. Haga
lo que haga la Justicia, el gesto ha quedado impreso en nuestra retina.
Gestos son, cómo no, la colocación de primeras piedras, aunque todos sabemos
que mejores gestos son la colocación de las últimas.
Como se ve, son tan diversos en la finalidad y el alcance con que cada uno se
presenta que meterlos todos en un mismo saco con la etiqueta de “gestos” no
parece apropiado. Más bien algunos parecen muecas – guiños o carantoñas – cuyo
único fin es congraciarse con la clientela, y otros simplemente son pantomimas
del esperpento continuo en el que se desenvuelve la política valenciana.
De todos, nos quedamos con el que nos lacera, intelectual y estéticamente,
desde hace ya cinco años colgando de un balcón de la plaza Las Aulas. La
pancarta “Agua para todos” fue un gesto populista y demagógico que abanderó la
política electoralista del lloro permanente, del agravio contumaz, frente al
gobierno de Madrid – cuando ya no era Aznar presidente – , mientras aquí se
articulaba una red de clientelismo con el agua como fondo.
Ha estado permanentemente expuesta – excepto en los periodos electorales por
imperativo legal -, convirtiéndose con el paso de los años en símbolo de poder.
Ya no importa que el agua no sea un problema escatológico; no importa que la
manipulada Plataforma del Agua se vaya diluyendo como azucarillo al tiempo que
se han ido aireando los intereses de alguno de sus líderes, como los del
presidente de los regantes de Villena, que van desde los inmobiliarios, a la
promoción del golf o la venta de agua embotellada a Danone... No, ahora la
pancarta es bandera, y estará ahí, descolorida y ajada, por pelotas, mientras
don Carlos presida el balcón y la casa entera.
Sólo desaparecerá cuando, en el 2011, ceda el bastón de mando a Moliner, y
entonces quizá lo veamos salir del Palacio de la Plaza de las Aulas vestido a
lo romano con la pancarta como túnica.
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