Kenema, Wuhan, yo
ayer, siempre.
Mar de muerte
sin rostro
con rostro:
¿dónde el hombre,
la mujer, el anciano?
Ayer siempre
lejano
abajo,
bajo la piedra
guijarros de
vacilación
agujas
implacables golpean
la puerta y
vician el aire.
¿Dónde el clamor?
Inmóvil - pudriéndose
olvidado
- contagiado.
Hoy siempre
cercano
aquí
con la mano del
esfuerzo solidario y
bajo el lápiz del
designio implacable:
ya
ha vivido suficiente.
Basta.
¿Quién derrocha
la cruda realidad
del silencio
irresponsable
de la sandez
hecha glosa?
No tengo
mascarilla para
evitar la
pandemia
de la indecencia.
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