No hay nadie tras esta puerta cerrada
—¿nadie?,
nunca hay nadie—
nadie tras la pared de esta cáscara
cárcel
donde envuelvo mis viejas heridas
con tristes celofanes descoloridos.
Aquí, sin prisa, sigo vomitando secretos
plastificados
embadurnados con cenizas de perdón.
Acerco, intento vano repetido
la
mano
la
boca
el
ojo
al límite de la impureza consentida.
Creo ver la sombra de la certeza
dibujada en cada grieta,
imagino el hálito de un atisbo de
ternura
en el hueco trono de una araña
defenestrada
e invoco, torpe, sediento de espasmos
salmos que solo yo escucho
recetas mágicas para escapar
creerme
vivo
mansear
el cielo.
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