sábado, 7 de enero de 2017

El verso no está aquí


Por un resquicio en la puerta de mi conciencia
dejo escapar un torrente de vanidad,
agua azucarada que alimenta
la letra impresa de este folio,
náusea de mi incapacidad espasmódica
para no callar, para ocupar un puesto en el banquete
de la orfandad manifiesta,
para mirar el blanco lienzo sin pestañear apenas.

Si aún sigues leyendo, lector, no es por mi culpa.
Es porque quieres seguir escuchando
el murmullo de un violín machacado,
el grito de un anciano con la voz rota, cansada,
el chasquido estremecedor de una bofetada no deseada.

Te aconsejo, lector, que acabes con el sueño
de esta última representación bajo la carpa
de un circo en blanco y negro,
que le arranques las alas al ángel seductor
de un acróbata del verso que baja por última vez
del oscilante trapecio.

El verso no está aquí,
ni en la casa flotante en medio del lago;
tampoco en las huellas en el suelo
de las primeras gotas de lluvia,
ni en la luz que entra en la habitación
desde el jardín.
Quizá lo encuentres en el organillo metálico que se burla
del hombre disfrazado de persona.


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