Fue el sutil misterio de la sombra
hendida,
halo de palomas negras en los
impenetrables
brillos de un fuego fatuo aún no
llorado;
fue cuando los tristes destellos de la
muerte
anunciaban el vuelo de la palabra
ahogada,
antes de que la materia madre dejara su
rescoldo
funerario.
Entonces
vi el clamor, la inflamación, la llama
transitando perversa por los confines de
la vida
fatigada.
Y pude vagar, sin huellas, por las penas
del orgullo maltratado, repitiendo una
vez, y otra,
lo que mi boca apagaba día a día.
Anduve, sí, por el lodo y el pantano
empujado por el viento de un enero
enfebrecido,
aún no llorado el diciembre huracanado.
Caminé con los pies desnudos, las manos
desnudas,
plegarias incoloras en la niebla de los
sueños;
rumores de pálidos cantares de una
juventud inacabada.
Ahora, la señal tiene el color de la
planicie rota,
pero todavía vengo del hombre para el
hombre;
y sé reconocer al prisionero que nunca
dijo adiós desde la acera.
Ahora, cada paso eleva una hoja
de un otoño tan amplio como el mundo:
he aprendido a caminar entre el cortejo
de tumbas
como el fuego fatuo de los cementerios.
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