Al filo de las seis abre los ojos el humo
brazo siniestro que encara el aire
mientras ella, rodilla en tierra
traza una cruz de agónica ceniza.
Nadie responde, nadie pregunta.
Si estuvieran muertos no llorarían
la sombra de la ausencia
ni mostrarían las gotas de sangre
en las camisas recién planchadas.
No están muertos, solo callan.
Inmóviles juncos clavados en el fango pantanoso
maniquíes de la penúltima hornada
ni siquiera miran, ni siquiera saben
pero no importa.
Hecha la cruz mostrará su cara
salvaje, desmedida, insalvable
señalando el punto indeciso
donde el cielo ya es ojo
donde el humo ya es cielo
y se hundirá, rota, en las tranquilas aguas
de su herida.
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